Tuesday, August 22, 2006

Si cuento, cuéntame

Woldenberg los llama “una comunidad de fe”. Fox los ha llamado “renegados”. Muchos los llaman cosas peores, pero en un ejercicio de crítica interna he llegado a la conclusión de que se encuentran en una línea muy fina entre el escepticismo y la fe. Es un movimiento mixto que en un extremo se enarbola la razón mientras que su ala menos instruida habla de fe. Es la resistencia civil de Andrés Manuel López Obrador.

Lo mismo encuentras intelectuales no orgánicos, que campesinos sin primaria (entrevistados por muchas televisoras para exponer su ignorancia histórica y la fe casi irracional en el líder del movimiento). Lo mismo encuentras eminencias en estadística, que escritores, que médicos, que estudiantes, que amas de casa, que reaccionarios añejos del comunismo, que paleros, que pandilleros disfrazados, que indigentes, que citadinos hartos de las cúpulas y sus formas.

Los críticos de siempre dicen que no debemos desconfiar de un conteo que realicen los ciudadanos y que sea diseñado y manejado por ciudadanos, como si la ciudadanización fuera condición suficiente para la infalibilidad. Es cierto que el conteo ciudadano es un gran avance con respecto a los conteos dirigidos por el Estado, pero que el conteo sea hecho por nuestros pares sin intereses directos en el resultado de la elección no es garantía de certeza y veracidad.

Al referirse a los ciudadanos, el IFE y los medios recurren a una generalización tramposa y nos inducen a pensar en nuestro vecino, en el dependiente de la tienda de la esquina o en el hijo de nuestro contador. Pero ciudadanos hay de muchos tipos. En la vida cotidiana desconfiamos de otros ciudadanos de manera rutinaria: miramos hacia atrás antes de sacar la cartera, contemos el cambio que nos da un vendedor, revisamos el trabajo de nuestros subordinados, ponemos barrotes a nuestras ventanas, rehusamos a dar nuestro nombre a desconocidos, etc. El sistema electoral mexicano fue diseñado en el antecedente de la desconfianza, no de la confianza; por eso es tan caro. No nos engañemos, el IFE es un instituto creado para institucionalizar la desconfianza en el Estado. No hay nada malo en ello, es sano. Los instrumentos que han creado en la última década son un ejemplo sin igual de escepticismo aplicado. Seguro tras seguro para procurar la certeza.

Pero el escepticismo también debe alcanzar al IFE. Debe ser claro que ninguna institución es infalible (de lo contrario estaríamos hablando de una iglesia), que ningún sistema es inviolable; y por sobretodo, debemos mirar atrás en la historia y observar que todo lo construido por el hombre es corruptible. En el caso del IFE, la ciudadanización es un arma de doble filo, porque los ciudadanos son humanos y se equivocan. Son mexicanos y los mexicanos también nos equivocamos. Y son los mismos mexicanos de los que desconfiamos día tras día. Son los mismos mexicanos que según la OCDE pueden leer pero no comprender lo que leen. Son los mismos mexicanos que van los domingos a compartir una delusión a las iglesias. Son los mismos mexicanos que reprueban los exámenes internacionales estandarizados de matemáticas. Son los mismos mexicanos que diariamente dan mordida porque a veces “el fin justifica los medios”. Son los mismos mexicanos que cuando nos venden un auto, primero lo llevamos a un mecánico que verifique que no nos están dando gato por liebre.

Por eso científicos, matemáticos y escépticos están a favor del conteo, porque con una diferencia tan pequeña siempre es prudente descartar el factor humano de inducción. Así lo dice el método científico. Eso es lo que separa la ingenuidad del fraude. El factor humano es lo que llevó a Beneviste de posible candidato al Premio Nóbel a charlatán de la ciencia médica. Porque después de enterarnos que de ese millón de ciudadanos que contaron apenas la mitad recibió la capacitación adecuada, la duda debe surgir del escéptico. Nadie pondría al frente de un laboratorio químico a un estudiante que ni siquiera ha tomado un curso elemental de la materia.

Hubo un recuento de apenas 9% del total de casillas y mis peores sospechas se vieron confirmadas. Mientras que fue cierto que en la mayoría de las casillas reabiertas el reconteo no arrojó variaciones significativas, aquellas donde las hubo fueron verdaderamente monstruosas, lo que me lleva a aventurar 3 hipótesis: los funcionarios no saben contar, los funcionarios de manera espontánea indujeron los resultados en sus respectivas casillas para afectar a AMLO (lo que se explicaría por el factor humano), o las actas fueron modificadas de alguna manera (lo que se catalogaría como fraude, la segunda hipótesis también pero se pueden herir sensibilidades).

Tomando como válida la cifra conservadora del PAN (que acepta haber perdido 7 mil votos de ventaja en el reconteo) en apariencia la diferencia fue nimia, perdiendo menos de un voto por casilla recontada. Pero al momento de analizar que el TRIFE afirma que sólo en el 24% de las casillas recontadas se encontraron menos votos para el PAN, esos 7 mil votos se reparten en un universo mucho menor, entonces podemos hablar de algo más turbio. Naturalmente, el recuento total se vio empantanado por los legalismos e interpretación estrecha del espíritu legal. Una vez más, ignoramos la ciencia a pesar de la evidencia. Y mientras tanto, México se vuelve cada vez más un país de percepciones que de hechos.

Los medios nos dan dos Méxicos. Algunos periódicos nos dan información sobre el recuento e incluyen opiniones, puntos de vista y datos de todas las partes del conflicto. En la televisión nos ofrecen otros números, interpretaciones e imágenes que no concuerdan con lo impreso. Y nos apabullan con spots, tecnicismos legales y amenzas. Mientras la mayoría de los medios impresos ven el plantón como una variedad de actos culturales, artísticos y de resistencia en pro de una sociedad mejor; los electrónicos gritan histeria, chantaje, ataque a las instituciones.

No hay ni paraíso ni desastre. Es un movimiento generado por el monopolio del poder, la concentración de la riqueza y la incapacidad del régimen para gobernar para todos. Es la expresión del enojo y la frustración por el rechazo a un cambio que pudo haber sido pacífico y en las urnas.

Llamarlos violentos, renegados, huevones o ignorantes sin argumentar los porqués es una táctica cobarde y poco lógica de quienes creen tener la razón. Del otro lado, pasar de la duda legítima a la descalificación en base a la fe puede significar la muerte del movimiento democrático para transformarse en una misión evangelizadora.

No debe sorprender la posición de artistas, científicos e intelectuales, hasta ahora sólo han hecho uso de la razón. Por el bien de todos, recuento de votos.

Fernando Velázquez

1 comment:

Kix said...

De acuerdo. No se debe generalizar pero de ninguno de los dos bandos. REcuerdo frases del Peje en el que decía "ahora andan los seguidores del candidato de la derecha con su moñito blanco pidiendo la paz" intentando ridiculizar a otras personas que no son simpatizantes de él y que como dices, son mexicanos.

Buen análisis.