Tuesday, August 15, 2006

Sobre el trabajo

Esteban Martínez

¡Deje de fregar y trabaje! ¿No le da pena con lo joven y fuerte que se ve? ¡No sea vago!

Estas imprudentes palabras, pues en verdad se veía sano y fuerte y en verdad era joven, estimados lectores, las dirigí en tarde pasada a un insistente e imperturbable pedigüeño, que sin perder la calma, sin mostrar enojo, fue capaz de contestarme:

--Sin ofender, mi señor. Está equivocado, pues en modo alguno soy un vago.

Sorprendido por su serenidad y también, a que negarlo, con la dignidad e incluso un pico de orgullo que había en su réplica, un tanto avergonzado y en otro tono, le interrogue:

--¿Ah, no? ¿Qué es entonces?

Esta pregunta y el tranquilo desparpajo con que me respondió fueron puerta a un inesperado y curioso diálogo que sostuvimos en el parador de vehículos públicos donde su servidor estaba esperando uno que me llevara a otro punto, diálogo que les paso al costo tal como lo recuerdo. Aquí lo tienen:

El: --Con el debido respeto, le informo que soy un rebelde.

Yo: --¿Un rebelde? ¿Contra qué, contra quien?

El: --Contra el castigo que la divinidad celosa, colérica y vengativa del Viejo Testamento, Yavé, impuso a todos los mortales.

Yo: --¡Cómo! ¡Por el trabajo somos lo que somos! Poetas, filósofos, moralistas, sociólogos lo afirman y cantan la gloria del mismo.

El: --Señor, somos tan estúpidos que, como dice H. de Gourmont, en sus Pensamientos inéditos: “Hemos llegado a tal punto de imbecilidad que consideramos el trabajo no sólo como honroso, sino como sagrado, siendo así que no es otra cosa que una triste necesidad”.

Yo: --¡Desbarra! El trabajo nos dignifica. El trabajo es de las pocas y más significativas virtudes que nos honra y podemos confiar. Es nuestro honor y nuestra gloria, lo dicen los filósofos, sociólogos y…

El: --¡Ta, ta! ¡Choros, choros…! Todas esas alabanzas, honores y celebraciones del y para el trabajo no son más que otra y de las más dañinas de las mentiras convencionales de la humanidad. Si el trabajo fuera lo que han dicho y pueden decir esos tipos, los ricos, que acaparan lo mejor de la vida, ya lo habrían hecho. ¿Y qué hacen? Dejan que otros lo hagan y hasta pagan, de malo que es, al que lo hace. Y pagan lo menos posible, por supuesto.

Yo: --¿Es usted un… un… un nihilista, un cínico!

El: --Y usted, un perro de Pavlov.

Yo: --¿Qué, qué? ¿He oído bien? ¿Qué soy un…?

El: --No se me alebreste, mi don, que únicamente quiero que comprenda que, como millones de otros, ha sido, es y sigue siendo condicionado por los listos de siempre, por lo que dicen las elites en turno y sus escribas, los cuales, por convencimiento o por interés, rebeldes como yo a la maldición de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, procuran ganárselo con el “sudor del de enfrente”.

Yo: --¡Comprendo! Ellos son, como usted, unos rebeldes y, como usted dice de ellos, a su vez usted es igualmente un vividor, un explotador de otros.

El: --No se confunda, mí estimado. Ellos, a diferencia de este su servilleta, son unos deshonestos. Yo, señor, no engaño a nadie sobre la naturaleza y el significado del trabajo.

Yo: --¡No me diga!

El: --Pues no quiera saber. Quisiera decirle…

Yo: --¡Diga! ¡Diga!

El: --Bueno, pero después no reclame. Se aguanta.

Yo: --Me aguanto.

El: --Pues ha de saber, aunque esta mal que yo lo diga, pues alabanza en boca propia suena a vituperio… pero lo diré para que aclare sus ideas. A de saber, digo, que este servidor es, a más de rebelde, generoso, pues por omisión, por no competir para ejercer trabajo alguno, aumenta las oportunidades de que otros obtengan trabajo. Por aquello de “cuantos menos burros, más olotes”.

Esta explicación de mi impertinente e imperturbable pedigüeño me hizo pensar si este ¿me habla en serio o me está viendo la cara?

Me quedé con las ganas de averiguarlo. La llegada del pesero que estaba esperando lo impidió. Como otra vez inició a llover, me apresuré a abordarlo no sin antes darle unas monedas a mi esperpéntico interlocutor, monedas que agradeció con una sonrisa, no sé si de agradecimiento o de burla.

Ustedes, estimados lectores, ¿por qué creen que haya sonreído?

Con afecto.

Jeremías B. Sugo

1 comment:

Anonymous said...

Hay un ensayo muy divertido pero a la vez bastante profundo que lleva por nombre "El trabajo dignifica y cien mentiras más". Lo han escrito Josemi Valle y Juan Mateo. Allí se deja claro que el trabajo no dignifica lo más mínimo. Puede ser beneficioso para algunos cosas (regular el tiempo, sentirnos útiles, afilar el sentimiento de pertenecnecia al grupo, etc), pero en ningún caso dignficarnos. La dignidad es un derecho que nos hemos dados los seres humanos a nosotros mismos. Ese derecho está consensuado y nada nos lo da. En todo caso son muchas las situaciones en las que nos lo pueden quitar.